Noviembre 13, 2003
Pensando
El martes hubo una confusión y no supe dónde estaban mis padres y mi hermana, que debieron haber llegado a la reunión de oración, ni tampoco estaban en casa. Temí lo peor, porque no es normal que se ausenten inesperadamente sin avisarme. Gracias a Dios estuvieron con mi tío, que fue su cumpleaños y los invitó a cenar temprano y no tuvieron un teléfono cerca donde avisarme. Las circunstancias no les permitieron llamarme.
En los instantes en que mi cabeza trataba de determinar qué les había sucedido pasaron ideas horrorosas sobre mi cabeza, como un accidente o algo similar (por si no lo saben, soy paranoico).
Este incidente me hizo pensar mucho. Qué si hubiese sido cierto? Qué si mis padres y mi hermana realmente ya no estuviesen aquí? Qué hacer? La casa por un momento se hizo inmensa y tuve dos reacciones inmediatas al respecto: una de soledad y otra de, lo admito, fascinación. Fascinación por una responsabilidad nueva.
Tarde o temprano esto va a pasar. Mi papá ya tiene 73 años y mi mami 60. Whoa, como pasa el tiempo. No tengo miedo de qué pasará si me quedo solo en el aspecto de cómo mantener la casa, pagar las cuentas, etc. sino obviamente en quedarme sin su consejo. Sé y siento que puedo salir adelante sin ellos. Quizás entonces con la compañía de una esposa, o quizás más antes, no lo sé. Me da qué pensar pero no tengo miedo. Sé que va a doler, pero no tengo miedo.
Recuerdo mucho una frase que dice algo así como «cuando te despidas de un ser querido, déjale palabras de amor porque quizás sea la última vez que la veas.» Precisamente ese día por muchos ajetreos y una estupidez de mi parte no pudimos despedirnos bien. Mi mami se quedó como con las ganas de despedirse. Esa no hubiera sido la mejor manera de terminar.
Es gracioso porque esto de que «pueda ser la última vez que la veas» fue lo que me impactó de Ignacio y fue lo que me animó a escribir esto. Es una lección que no quise olvidar y he olvidado.