He estado EXTREMADAMENTE ocupado trabajando en un proyecto. Ya estamos por terminar, finalmente.
L’amour, contrastes y dualidad
Acto Uno: el Martes que estaba en el micro de ida a la oficina me percaté que la chica que acababa de subir tenía el rastro de una lágrima. No le tomé mayor importancia, el micro estaba lleno de gente y ella ya no estaba en mi rango de visión.
Más adelante en el viaje a mi lado estuvo una pareja semiabrazados, de pie. Me percaté que la chica llevaba un anillo de compromiso (por razones que no puedo mencionar aún aprendí de primera mano las formas y detalles de un anillo de compromiso, por eso el interés); dentro de mí pensé “Whoa, cool.” Después de varios minutos recién me percaté que era la misma chica de la lágrima.
El joven que la abrazaba le susurraba, y era un tanto artístico. Con todo el ruido del micro y la gente, sólo se veía cómo movía sus labios y la miraba. Era como ese video de Radiohead donde un hombre inexplicablemente se deja caer al suelo y dice un secreto del que sólo vemos mover sus labios. Tenía un cierto estilo de película muda, sólo que con ruido de micro en lugar de silencio absoluto, donde el cerebro sugestiona vocecillas donde no las hay, y te imaginas diálogos que no puedes escuchar.
Lo que completaba la magia era que ellos se movían a otro ritmo que los demás, como si el tiempo corriese más lentamente, en otra frecuencia.
Entonces la chica giró su rostro y yo me volteé. Ella no se percató de mí, mas yo sí percaté su siguiente movimiento y no pude evitar mirar. Se quitó el anillo del dedo, alzó la vista al joven y se lo entregó.
Más adelante en el viaje, ella pudo sentarse y él estuvo de pie, abrazándola, diciéndole palabras mil. No sé qué cosas le habría dicho, no sé qué palabras habría escogido, no sé los motivos, ni las razones, ni qué habría pasado. No sé si era un ultimo adiós, un “perdóname” o un “lamento hacerte esto.” Sólo labios y rostros y gestos en un lenguaje silencioso.
Y el viaje continuó y ella tuvo que bajarse. El finalmente se sentó en el asiento paralelo, al lado de la ventanilla. Ella cogió sus cosas, una bolsa, su cartera y le besó. Avanzaron un poco más. “Municipalidad bajan,” dijo él.
Ella bajó y el joven miraba por la ventanilla, con ese ímpetu que he vivido, de querer atrapar todo lo posible de una última mirada a ese ser amado, por quien gira tu universo.
Pero ella bajó corriendo y no miró atrás. Los árboles cubrieron la vista y él se quedó sentado, pensativo. Solo.
Acto dos: Ayer, en el micro de regreso a casa; un Toyota Corolla frena al lado del micro, yo estoy en el lado de la ventanilla. El micro siempre es más alto y a veces uno observa a las personas en los autos que mayormente ni se dan cuenta de las miradas de uno. Me llamó la atención el equipo de sonido de este auto, pues unas letras empezaron a aparecer en su pantalla. “REQUIEM” apareció primero, y luego se deslizaron las letras y apareció “MOZART”.
Siendo algo inusual que alguien escuche tal maravilla musical miré a los pasajeros y estaba conduciendo un hombre, acompañado de una mujer. El ángulo me impedía ver sus rostros. Ella volteó para mirarlo, como si él la hubiese llamado; alzó su mano y acarició su rostro. Ella parecía encogerse, “derretirse” como dicen.
Requiem, una persona maravillosa y un largo camino abriéndose delante de ambos. “Whoa, cool,” pensé al imaginarme vivir un instante así y recordé a la primera pareja, la muchacha de la lágrima y el joven con el anillo en su mano.
Día y noche, lágrimás y música, micro y automóvil, ida y regreso, tristeza y felicidad, cuerpos que se separan y almas que permanecen juntas.
Dualidad.