Experimentos sociales
Ya estoy de regreso de mi Campamento. Ha sido una semana genial, todo salió bien, gracias al Señor y nos hemos divertido un montón. Hasta hicimos un video con los chicos que falta pasar a la compu y editar.
Una de las cosas que quería hacer definitivamente este año era un juego social basado en Autopond, un juego para la Palm. La premisa es ésta: cada persona es dueña de cinco “tarjetas” y tiene que buscar otras cinco “tarjetas” que otras personas tienen.
El año pasado había escrito un script (en PHP, of course) que generaba las tarjetas en base a los acampantes inscritos, pero no pude hacerlo por falta de tiempo y porque aún el mismo día del campamento había gente inscribiéndose y necesitaba un número concreto para poder generar las tarjetas.
Este año hice otro script. El que había escrito estaba aparentemente incompleto o al menos ya no lo entiendo, heh. Me quedé hasta las cuatro de la mañana haciendo todo esto, pues es un problema complicado y cautivante a la vez. Hay que generar un número discreto de tarjetas para N personas viendo que:
a) No sea dueño de las tarjetas que la persona debe buscar
b) Las cinco personas que tengan sus tarjetas objetivo sean diferentes
Adicionalmente a esto quería agregarle:
c) Que sea un número balanceado de mujeres y varones
d) Que no estén en el mismo cuarto (en el campamento dormimos doce personas por cuarto (o “cabina”))
e) Que no le toque con sus amigos/collera/familiares con quienes más frecuenta
Estos últimos criterios eran ya demasiado complicados. Ya estaba obteniendo bucles infinitos, donde el programa se quedaba buscando una combinación de tarjetas y personas que no se satisfacía nunca. A las tres de la mañana era difícil pensar y estaba escribiendo hojas y hojas explicándome a mí mismo el algoritmo.
Lo siguiente fue hacer un programa con ImageMagick para generar los gráficos de las tarjetas.
Lo que más me preocupaba de todo esto era la incertidumbre de saber si los chicos irían o no a interesarse por el juego. Eran 89 jugadores que tendrían básicamente que preguntarse unos a otros si tenían tal o cual tarjeta. Todos tenían las mismas posibilidades de ganar, pero si alguien rompía o perdía su lista de tarjetas le arruinaría el juego a cinco personas. Lo jugarían? O no le prestarían interés?
Hubieron momentos en las altas horas de la madrugada que ya quería rendirme y dejarlo para el siguiente año, pero me dije “NO” — ya había empezado e iba a acabarlo. Funcione o no, lo iba a hacer.
El juego fue un éxito.
Tenía planeado premiar a las cinco primeras personas que encuentren sus objetivos, o — en el caso que nadie le de suficiente atención al juego, a las que hayan encontrado a la mayor cantidad de objetivos. Personas de quienes no esperaba el mayor interés (por ser mayores y parte de la organización) preguntaban a los chicos por su lista de tarjetas. Los chicos iban de un lado a otro reuniéndose en círculo mirando sus tarjetas y anotando nombres. Un muchacho llamado Saúl encontró velozmente a tres personas en menos de dos horas.
“A ver si eres mi amigo,” le decía a quienes les preguntaba por su lista y me parecía gracioso.
Fue un fenómeno social interesante. Sinceramente tuve una actitud muy pesimista del asunto, pensé que no funcionaría, pero en menos de un día tuve a los cinco ganadores. La última ganadora se quejaba porque algunos chicos no llevaban consigo su lista y supe que un muchacho llegó a romper la suya.
“Y qué si uno de ellos tiene la que me falta? No vale” decía Solange.
En eso ví a la esposa del predicador, que también tenía su tarjeta.
“Silvia también juega,” le dije. “De repente ella tiene la que te falta.”
Solange regresó al toque, con una sonrisa.
“Si la tenía!” dijo entusiasmada.