No te olvidaremos nunca

En un día como cualquier otro, con pendientes en el trabajo, la visita de la Sra. Anita en la casa y la rutina de todos los días, el teléfono sonó y era Juan llamando a mi Papá. Doce días después de celebrar el Año Nuevo en el 2005, escuché a mi Papá sorprenderse de una manera que nunca le había oído en mi vida. Mamá se acercó mientras Papá colgaba el teléfono y yo salía de mi oficina.
“…estuvieron jugando con pistolas y Amador salió muerto.”

Recuerdo ver el rostro de mi Mamá retorcerse, me recuerdo a mí mismo incrédulo, pensando repetidamente, Esto no puede ser cierto. Lo había visto hacía dos días atrás y de repente está muerto, así de simple. Mamá y yo lloramos sobre la Sra. Anita. Nunca antes había fallecido alguien tan cercano a mí.

Dejé el trabajo, me encerré en mi cuarto y me puse a llorar. Casi a las seis de la tarde desperté. Quise continuar con el trabajo pero terminé hablando con Savre sobre la noticia. Luego empezaron las llamadas. La Sra. Delia llamó preguntando si era cierto. Chicho llamó preguntando por Deyvi. Me irritó grandemente que cierta muchacha, chismosa ella, empezara a llamar y averiguarlo todo. Pidió el número de Yeral, de todos, quería enterarse de todos los detalles y hacer que todos se enterasen de todo. A los minutos Joel llamó, quien recibió la noticia de ella. Dentro de mí pensaba en Cris, rogando que no se entere a través de ella, sino que reciba la noticia por alguno de sus familiares, con la mayor sensibilidad posible.

El tiempo se había detenido y un millón de cosas dejaron de ser importantes. Era como vivir un sueño, un trance que uno no terminaba de creérselo del todo. Amador había pasado a la presencia del Señor y era algo sumamente difícil de asimilar. Tan repentino, tan inesperado. Era la persona más inimaginable que podías escoger, pero era cierto, y no había forma de deshacerlo ni traerlo de vuelta.

Con Papá fuimos en la noche a la Morgue. Mis padres nunca me llevaron a un velorio, a un entierro. Siempre eran eventos a los que iban ellos dos y nos dejaban a nosotros en casa. La primera vez que fui a un velorio fue al de un tío y vi por primera vez un cadáver deformado por la descomposición. Ahora por primera vez fui a la Morgue y nos dijeron que ya habían salido. El cuerpo de Amador estaba en un auto, listo para llevárselo a Guadalupe. Su primo de Amador nos dijo que estaban esperando a “Don Pancho” para que les guiara el camino.
Juan apareció y nos saludó. Estaba sereno y tranquilo. No esperamos mucho rato cuando llegó Pancho con la combi llena, así que nosotros fuimos con Juan.

Llegamos a la entrada a Guadalupe y había una multitud de gente. En su casa había otro grupo más de gente. Entre varios cargamos el cajón y lo pusimos en la casa. Allí estaban sus hermanas de Amador. Su Mamá estaba de viaje, en Lima. Creo que fue Yeral quien me preguntó, “¿Su Mamá no sabe nada, no?”
“Creo que no,” le dije. “Sólo le han dicho que tuvo un accidente.”
No quiero verle la cara a la Señora cuando se entere, pensé.

Las personas entraban y lloraban amargamente. Amador fue alguien muy querido para todos nosotros. Pero al verlos llorar recordaba las palabras de Tomás Clark: “Lloran como si no tuviesen esperanza,” pero Amador está vivo y disfrutando en el Cielo de la presencia de nuestro Señor.
Chicho me miró y sonrió quedamente.

Un poco más tarde mi Papá me llamó. Yo estaba dentro de la casa y desde fuera le vi y me hizo una seña con la mano para que saliese.
“Vamos a recibir a la Mamá de Amador,” me dijo y fuimos exactamente a la situación que quería evitar.

Subimos a la camioneta de Juan. Junto con él viajábamos mi Papá, Jimmy y yo. Jimmy me hablaba del Campamento. Estaba sereno y relajado lo cual era muy bueno. Alguien tenía que mantener la serenidad en estos instantes. Es algo que aprendí y que espero recordar para otro instante… que deseo nunca llegue.
Estuvimos esperando durante un rato en la plaza de Guadalupe hasta que llegó uno de los Soyuz y la Mamá de Amador se bajó. Jimmy fue corriendo a recibirla, evadiendo a algunas personas que querían hablar con ella. De lo lejos veía que le decía algo, quizás dándole la noticia, pensé. Ella subió a la camioneta, la vi con los ojos llorosos y la abracé.

En el camino no dijo nada. O quizás sí, no lo recuerdo. Lo que nunca voy a olvidar es cuando dimos la vuelta hacia la esquina de su casa y vio la multitud de gente, las luces. Lo que dijo entonces me partió el corazón y aún hoy, tres años después, todavía me hace un nudo en la garganta cada vez que recuerdo su voz.

“Don Jorge,” dijo en lágrimas, “¿qué le pasó a mi hijo?”

Tomó la mano de mi Papá con fuerzas y él se quedó callado. Jimmy, que estaba sentado adelante, volteó y cogió la mano de ella. Mi Papá fue incapaz de contestar. “Díganle pues,” fue todo lo que pudo decir. Ninguno de los que estábamos allí nos atrevimos. ¿Cómo decirlo? ¿Con qué palabras?

Ella bajó de la camioneta y no quise ver su rostro. Fue horrible. Fue horrible. Viajar cuatro horas desde Lima con la cabeza imaginando de todo, para llegar y encontrar un ataúd con tu hijo.

En un círculo estábamos Pancho, Chicho, Cynthia, Deyvi, Yeral, el hermano de Alex, mi Papá y yo. Pancho le preguntó a mi Papá si había avisado a Lima, y contestó que no. Deyvi le dijo que Marita le había pedido a Tatiana que avise “a los de Lima,” refiriéndose a los chicos en el Seminario.
“Eso no le corresponde a ella,” contestó Pancho, a lo cual asentí.

Le pregunté a Pancho si le habían dicho a Rosa y me dijo que sí. Seguramente entendió la intención de mi pregunta y me dijo que Rosa ya había llamado a Lima para avisar y que Hernán estaba de camino hacia allá. Con eso me quedé tranquilo. Era lo que deseaba saber, que su Madre le habría avisado.

Estuvimos un corto tiempo en Guadalupe. Los chicos estaban sentados en bancas, una parte de la gente ya se había ido. Francis se fue a ver el cuerpo de Amador. “No sé cómo reaccionaré,” dijo, y Chicho se ofreció a acompañarlo. Yo no quise ir. No quería ver su rostro. Hoy tengo la memoria de Amador vivo, sonriendo, bromeando, enojado. Un Amador que hacía bromas o a quien le hacían bromas. No tengo ninguna imagen de él en un ataúd, como la de mi tío — y así será para siempre.

“Estoy tratando de recordar el primer momento que conocí a Amador,” le decía a los chicos, “pero no recuerdo… sé que una vez él le dijo a Juampa si podía ayudarle en algo… y Juampa se lo llevó de un lado para otro para hacer de todo. Luego en un Campamento recuerdo que estábamos ensayando para hacer un sketch en el banquete. Amador se nos acercó y nos dijo si podía ayudarnos en algo.”
“¿Ah sí? ¿Y de qué salió?” preguntó Francis.
“Salió de enfermero, contigo. salió por la puerta con Francis y dijo ‘¡Presenteee!’ — ¿recuerdas?” y empecé a reírme.
“Yo recuerdo que la primera vez que conocí a Amador fue en la piscina. Yo pensé: ‘¿Y éste quién es?'” dijo Francis.

A las doce y media mi Papá me llamó. “Vámonos.”

Todos tenemos memorias distintas de él, y nuestra percepción general es lo admirable que era Amador. Michael me contaba sus impresiones de cómo Amador ponía acción a la palabra. Se necesitaba un saloncito para la escuelita de Manzanilla y él mismo armó unas esteras. Tenía la habilidad manual para llevar a cabo esas tareas. Un tiempo iba con él a Parcona los Domingos en la tarde para hacer títeres a los niños y le confesaba que a mí me gustaría tener su habilidad manual para construir cosas. El me dijo que le gustaría tener mi habilidad mental. Es en la unidad de nuestras distintas habilidades que hacíamos la obra del Señor, como un cuerpo.

A veces me pregunto cómo serían de distintas las cosas si Amador siguiese con nosotros ahora, sonriendo, con su particular manera de llamarte la atención con una broma irónica. Una frase que me gusta mucho y es apropiada para la memoria de Amador es, “La grandeza de un hombre no se mide por su estatura, sino por el tamaño del espacio vacío que deja en su ausencia.” Amador nos dejó un espacio muy grande.

Al día siguiente habría un servicio a las tres de la tarde, y luego lo enterrarían en Guadalupe. Empecé mi día un tanto desganado. No pude avanzar mucho en el trabajo, estuve hablando con Savre. Mamá, la Sra. Anita y Lucy fueron en la mañana a ver a la Mamá de Amador. Papá se quedó cocinando y yo escribí un corto post para él.

“You’re free to fly tonight.”

Saludé a varias personas al llegar. Saludé a las hermanas y a la madre de Amador. “Gracias por venir,” me dijo ella. Su rostro era más calmado. Afuera habían varios grupos y yo no quería estar cerca de Cris. Susan se me acercó y me dijo: “Esto te mandó Tatiana,” y me dió un par de hojas dobladas, las cuales hojeé superficialmente y doblé para leerlo bien después. No debí haber hecho eso, pues ella había escrito un poema para Amador y quería que lo pusiese allí cerca a él.

Con el permiso de Tatiana, lo comparto con ustedes.

    Siento haberme
    perdido la oportunidad
    de una amistad,
    de la amistad que le entregaste
    a aquellos que no cesan de llorar
    hoy por Ti.

    Siento haberme
    perdido esa oportunidad
    de saludarte en tu cumpleaños
    y a traverme a decir
    que no sucederá
    el otro año

    Siento no haberte
    dado gracias
    cuando me hacías reír
    mi buen Hermano.

    Siento no haber
    dado un abrazo de consuelo
    a la mujer que hoy llora por Ti
    y que tú moriste amando.

    Siento haber dañado
    a tú mejor amigo
    dándole bruscamente
    la noticia
    que Tú, ahora duermes.

    Pero lo que más siento, entre lágrimas
    es que se haya
    apagado la voz
    de un alegre soñador
    que hacía de Su Nombre Honor
    mi Buen Hermano AMADOR.

“Allí está Crisel,” dijo Dorcas. Alcé la vista y no la ví. La busqué entre toda su familia y no la ví, y era que ella estaba andando con sus padres hacia la casa. Estaba vestida de rosado, hermosa y triste. La multitud la ocultó al entrar a la casa. No tardó mucho en salir y empezó a llorar. Podía ver a su madre consolándola, a su tía Pilar acercándose a ella.

Caminamos un largo trecho hasta el cementerio. Crisel andaba con sus padres a cada lado, cogidos de la mano. Las personas que cargaban el ataúd se detenían con frecuencia, probablemente cambiando de personas. Llegamos al cementerio. Mi Papá dió un excelente mensaje. “¡AMADOR NO ESTÁ MUERTO! ¡Amador está vivo en la presencia del Señor!” La voz se le quebró, empezó a encontrar difícil hablar. Habló de lo que había hecho para el Señor durante su vida, de cómo nos había enseñado a todos muchas cosas, de cómo había preferido dejar una vida vacía, de diversión y “jarana” para estar con su Señor.
“El está feliz, pero nosotros lloramos aquí.”

Pusieron el ataúd en su lugar de descanso. Milagros lloraba. Deyvi tenía el rostro deforme de tristeza. Luego todos empezaron a despedirse de la Mamá, a continuar con nuestras vidas, a seguir adelante con un gran amigo menos. La vida continúa a pesar del dolor y el vacío que queda en nuestro corazón. Amador ya cumplió su tiempo en este mundo, su tiempo de servicio terminó. No te olvidaremos nunca.

Francis, Yeral, Dorcas y yo esperábamos que terminase la cola de despedida, pero parecía no acabar nunca. Finalmente nos acercamos para despedirnos de la familia de Amador. Sus hermanas estaban con lágrimas en los ojos. Su Mamá también, pero estaba mucho más serena que antes. Me miró con un gesto de agradecimiento.

“Amador está con el Señor,” le dije y ella sonrió.

El Progreso del Peregrino ilustrado

Don Gordon Wakefield le obsequió a mi hermano una preciosa versión del famosísimo libro cristiano, “El Progreso del Peregrino” de John Bunyan. Para aquellos que no lo conozcan, es una alegoría cristiana sobre la vida de un cristiano en su rumbo a la Ciudad Celestial.

Esta versión de tapa dura ha sido ilustrada por tres hermanos: George Woolliscroft, Frederick y Louis Rhead. Son más de ciento veinte diseños que acompañan a cada página y algunas ilustraciones de página completa.